
Versos Veloces #6

Ese momento de soledad
Cuando escuchas LA canción
Esa que hace que el mundo se pare
Pero tu mundo se ponga patas arriba
Esa que hace que te olvides de TODO
Y no pienses en NADA
Esa que hace que tu corazón se acelere
Y los pies te duelan al saltar
Y la garganta te duela de gritar
Porque a veces es bueno volverse loco
Sin que nadie nos vea
Porque ese estado de locura transitoria
Hace que estemos cuerdos el resto del día
Llevaba horas preparando las maletas. Viajaba a París por trabajo y tenía que cuidar minuciosamente su imagen. Le esperaba una semana repleta de eventos, desfiles de moda y varios photoshoots promocionales. Cualquier adolescente estaría encantada de ponerse en su lugar. Era una privilegiada, o eso pensaba el resto de la sociedad. Pero su profesión no le permitía queja alguna. Nadie imagina lo difícil que es mostrar el lado bonito de la vida cuando estás rota por dentro. Se situó frente al espejo vestida con un look muy casual acompañada de su equipaje y se hizo un selfie. Tras un pequeño retoque, la subió a instagram junto con un buen puñado de hashtags. Los likes y comentarios no cesaron. Uno le llamó especialmente la atención: ‘Qué suerte tienes, ojalá fuera tú’. Ella respondió: ‘No es oro todo lo que reluce’. Acto seguido un aluvión de críticas sacudieron su teléfono y su cuerpo. Lloró. Lloró muchísimo. Cuando estuvo vacía de lágrimas, cogió el móvil, eligió un filtro que le borrara las penas que colgaban de su rostro y se hizo una nueva foto. Esta vez la subió a su instagram stories con el texto ‘París, espérame que voy’.
Quisimos hacer magia de nuestros besos
y conjugamos nuestros versos
en pasado perfecto.
Abrazamos la vida siguiendo el camino
y conjugamos nuestros cuerpos
en presente continuo.
Miramos las estrellas cogidos de la mano
y conjugamos nuestros sueños
en futuro incierto.
En primera persona del plural.
Permanecía inmóvil en aquella incómoda silla, a pesar de la sangre que le caía a través de la comisura de los labios. Esos labios carnosos que hacía apenas unas horas estaban trabajando. Recibió un nuevo golpe, esta vez en el costado. Quizá ya tenía un hueso roto. Ella sin embargo no emitía ningún sonido, ninguna queja, nada. Solo permanecía a la espera del siguiente. ¿Cuál había sido su pecado? La insatisfacción de un cliente. Eso había provocado el enfado del Jeque y decidiera darle una paliza para escarmentarla. No era la primera vez que la castigaba, pero quizá fuera la última y eso la llenaba de felicidad. Tras una fuerte embestida en el oído derecho levantó la vista. Sus miradas se cruzaron por primera vez. Ella escupió sangre, él se crujió los dedos uno a uno. Se estaba preparando, ambos lo sabían. Ella le sonrió dejando a la vista sus dientes rojos. El Jeque levantó su mano derecha y la golpeó con tal violencia que le hizo caer al suelo. La levantó y la volvió a colocar en su posición inicial. Esta vez fue él quien sonrió mostrando su colección de dientes de oro. Se preparó para el golpe final.