Conversaciones en el ascensor (III)

Cerré la puerta con fuerza y llamé al ascensor. Eran las seis y cuarto de la tarde y la clase empezaba a las seis y media. Por fin llegaría a tiempo y el monitor no me lo echaría en cara. Siempre llego tarde a todos lados. Hasta a mi clase de spinning. Y el monitor, un portugués de casi dos metros, se metía conmigo cada día. Me llamaba ‘la chica de las medias clases’. Al principio pensaba que estaba ligando conmigo, pero cuando le vi una noche comiéndole la boca a un rubio macizorro comprendí que realmente me tenía manía. Y no le culpo. No debe ser agradable comenzar una clase y que la interrumpan cuando llevas diez o quince minutos de subida intensa encima de la bicicleta. Y sobretodo, que siempre sea la misma persona, o sea yo, la que lo haga. Hoy me ganaría un elogio por su parte y lo estaba deseando.

Entré al ascensor y pulsé el cero. En cuanto las puertas comenzaron a cerrarse… ‘JODER, LAS CALAS’. Dejé la mochila en el suelo y comencé a abrir todos los bolsillos. ‘Por favor, que mis zapatillas de spinning estén aquí dentro, por favor, por favor’. Me decía a mi misma mientras sacaba casi todo el contenido de mi bolsa de deporte y lo dejaba sobre el suelo del ascensor. 

No me di cuenta que me había detenido en el cuarto y al abrirse las puertas, ahí estaba él. EL VECINO. Fran:

-¿La influencer está con el cambio de armario?

En ese momento me percaté del caos que había montado en treinta segundos. Mi toalla, bolsa de aseo, ropa de deporte,… y Fran mirándome con esa sonrisa que tanto había echado de menos. Se me olvidó qué estaba buscando. Ah si, mis calas. No sabía qué decir ante semejante panorama. Le miré y añadí:

-Pues que he olvidado mis zapatillas de spinning – mientras lo confesaba metí todo de nuevo en la mochila y me ponía de pie, a su altura – Y voy a tener que subir de nuevo.

-Si quieres te acompaño y te ayudo a buscar – dijo con voz muy sexy mientras a mi se me mojaban las bragas. Se acercó a mí y me susurró al oído – Si has montado todo esto en un momento aquí, no me puedo imaginar como estará tu casa.

Notaba como su respiración golpeaba mis labios. Me estaba poniendo cada vez más nerviosa.

-Soy una chica muy ordenada, aunque no lo parezca. -conseguí decir.

-Y muy cuidadosa, ¿aún conservas tu sudadera de Cobi? – Me dijo mientras se acercaba más a mi. A nuestras bocas les separaba menos de un palmo y yo estaba deseando morder esos carnosos labios.

-La tengo guardada para una ocasión especial – Y esta vez fui yo la que me acerqué a él mientras le mostraba media sonrisa picarona.

-Muero por quitártela – Me dijo muy bajito al oído mientras me pasaba su mano por la espalda acercándome a él. Estábamos tan cerca que entre nosotros no cabía ni una hoja de papel. Nos miramos una décima de segundo y sin pensarlo dos veces nos buscamos los labios con ansia. Fue un beso húmedo. Muy húmedo. Nuestras lenguas jugaron mientras mis braguitas se empapaban. Empecé a notar su erección cuando el ascensor se detuvo en la planta baja. Mientras las puertas se abrían, nosotros nos separamos. El aguantó la puerta con los pies sin apartar la vista de mi. Habíamos dejado de comernos con la boca pero seguíamos comiéndonos con la mirada.

-¿Estás segura de que no quieres que te acompañe a buscar tus zapatillas?

Le dije que sí con la cabeza aunque lo único que quería era volver a morder esos labios. ¿Por qué este ascensor es tan rápido? 

-Sigo sin saber tu nombre – me preguntó

-Ya te lo dije, tú pones el vino y yo a Cobi y hacemos las presentaciones oficiales.

-El vino hace meses que lo tengo preparado. Pero no voy a esperar a volver a coincidir contigo en el ascensor. Si hace falta llamaré puerta por puerta hasta que me abras. 

-Te estaré esperando.

Y con esa frase llena de ansia y deseo nos despedimos. La puerta se cerró y el ascensor comenzó a elevarse. Mi corazón aún seguía latiendo con fuerza. Joder con el vecino, consigue poner patas arriba mi caótica vida, con lo tranquila que estoy con en mi caos.

Entré a casa, metí las zapatillas en la mochila y me cambié la ropa interior. Miré el reloj y ¡mierda, otra vez iba a llegar tarde al gimnasio!

Mi loco

Eres tú, el loco que encontré

En mitad de mi camino

El que barre la tristeza

A ambos lados de la puerta

El que besa cada esquina

De estas cuatro paredes

A las que llamo piel

Cuyo techo se desprende 

De vez en cuando 

Y que juntos reconstruimos

Ladrillo a ladrillo

Beso a beso

Eres tú, mi loco.

 

Conversaciones en el ascensor (II)

Siempre llegaba tarde a todos lados. Siempre. Ya podía levantarme con un margen suficientemente amplio de tiempo que me permitiera llevar con calma la mañana, que algún imprevisto sucedía. Había comenzado a asumir ese defecto. Mis familiares y mis amigos más cercanos ya me daban por perdida, pero lo que apenas me conocían se llevaban una mala impresión.

Pero esa mañana todo iba a cambiar. Tenía una entrevista con una prestigiosa firma de cosméticos que querían cambiar su imagen corporativa. Habían visto mi portfolio en mi web e Instagram y les había gustado.

Me vestí para la ocasión. Vestido midi de tubo en color negro y unos tacones de 10cm de color mostaza. Maquillaje y pelo muy sencillo aunque me llevó un par de horas lograr el resultado que quería.

Cogí mi portátil y la agenda y lo metí en mi maletín. Le eché un último vistazo a mi look en el espejo de la entrada. Todo estaba perfecto. ¿Que podía fallar? Cogí mi taza de café hermética y salí de casa.

Cuando estuve dentro del ascensor, saqué el móvil del bolso y comprobé que no tenía ningún correo cancelando la cita. En ese momento el ascensor se detuvo en el cuarto. Las puerta se abrieron ahí estaba de nuevo él, EL VECINO. Iba vestido con chándal y zapatillas y llevaba una mochila nike colgada del hombro. En cuanto me vio me miró de arriba a abajo y sonrió.

-¡Pero si la influencer del edificio! ¿Dónde te has dejado a Cobi?- Dijo mientras entraba en el ascensor y pulsaba el botón de la planta baja.

-Hola estilista. -Respondí metiendo el teléfono en el bolsillo exterior de mi maletín.-Cobi se ha quedado durmiendo en casa.

-Una lastima, Cobi te realza la sonrisa. -Me dijo apoyando su mano sobre una de las paredes del ascensor. Me sonrojé y mis braguitas empezaron a vibrar. Dios mío, necesito tranquilizarme. Hoy es un día muy importante – Tengo la botella de vino preparada, por cierto.

Me sorprendió que aún se acordara de nuestra última conversación en el ascensor. Habían pasado dos meses y desde entonces no nos habíamos vuelto a cruzar. No se en que trabajaba este chico, pero desde luego su horario y el mío no eran muy compatibles.

Se acercó un poco más a mi. Nuestros rostros estaban separados por algo más de un palmo. Me estaba poniendo cada vez más nerviosa y él parecía estar muy tranquilo. Desde donde estaba seguro que podría escuchar mi corazón latir con fuerza. Hasta con el chándal estaba guapo, maldito cabrón.

-¿Me vas a decir cómo te llamas? – Me susurró al oído con una voz muy sexy.

-Ya te lo dije, te lo contaré un día tomando un vino. -Aunque mi tono de voz sonó directo y firme, estaba como un flan.

El se separó un poco de mi, me sonrió y me dijo:

-Yo pongo el vino y tú tráete a Cobi.

En ese momento el ascensor paró en la planta baja. Se colocó su mochila y en cuanto se abrieron las puertas salió. No sin antes añadir:

-Y no te olvides de tus pantuflas.

Será cabrón, pensé. Las puertas se cerraron y yo me quedé ahí, con cara de idiota reviviendo ese momento en el que la boca de Fran estaba a un palmo de la mía. Necesitaba calmarme. No podía ir tan acelerada a la entrevista. Cuando me senté en el asiento del coche cerré los ojos y respire hondo un par de veces. Cuando ya parecía que estaba más relajada fui a encender el motor del coche con tan mala suerte que golpeé la taza de café derramando todo el liquido sobre mi vestido. ¡¡MIERDA MIERDA MIERDA!! Saqué un par de pañuelos para intentar secar semejante desastre. Pero no había nada que hacer. Otra vez iba a llegar tarde. 

Vida 3.0

Si pudiera atravesar la pantalla

Aterrizaría en tus labios

Sin pensarlo

Te miraría a los ojos

Para decirte que te quiero

Sin texto

Sin emoticonos

Con mi voz y mi alma

Esa que no se puede enviar como adjunto

Te quiero

Y qué jodida es esta vida 3.0.

Que si alargo el brazo puedo rozarte

Y a pesar de eso

Aquí estamos

Viajando con otras vidas

En lugar de consumir las nuestras

Conversaciones en el ascensor (I)

Una gran bolsa llena de plástico y cartón descansaba sobre el suelo de la cocina. Había estado acumulando los envases durante días y no veía el momento de llevarlos al contenedor del reciclaje. Eran las dos de la mañana de un miércoles y decidí que, tras horas frente al ordenador, era una buena oportunidad para bajar y así, de paso, airearme un rato.

Me miré al espejo. Parecía una pordiosera sacada de un basurero. Pantalones de chándal, zapatillas de estar por casa y sudadera de Cobi 92. ¿De verdad iba a cambiarme para 2 minutos? Por supuesto que no. Cogí las llaves de casa y me fui. Por suerte el ascensor estaba en mi piso y no tuve que esperar nada. Pulsé el cero y el ascensor comenzó a descender. Me miré al espejo. ‘¡Dios, como alguien me vea! ¡Esto no tiene perdón!’ Y de repente el ascensor se detuvo en el cuarto. ‘¡Joder!’ Fue lo primero que pensé mientras echaba unos pasos hacia atrás, quería desaparecer. Las puertas se abrieron y apareció EL VECINO. ‘¡¡LA HOSTIA PUTA!! ¿Esto es real?’ Llevaba unos vaqueros algo ceñidos con botas moteras, su chupa de cuero y el pelo despeinado a juego con su barba de tres días. Y yo… ¡YO ME QUERÍA LARGAR DE ALLÍ! El entró con la cabeza gacha mirando su móvil. ‘Igual tengo suerte y no levanta la vista’. Se giró para meter la llave y pulsar el botón del semisótano. Mirando su móvil, se dio la vuelta y me observó disimuladamente. Vi que sonreía mientras guardaba su móvil en el bolsillo. 

-Bonita sudadera, ¿es nueva?

Un calor inmenso me recorrió el cuerpo mientras él me escaneaba de arriba a abajo sin cortarse un pelo.

-Tu que eres, ¿el gracioso del edificio? – Le dije muy molesta. ¿Cómo tenía la vergüenza de burlarse de mí?

-Y tu debes ser la influencer, me encanta tu look vintage. -Su sonrisa seguía en su rostro. Dios, ¿cómo podía estar tan bueno?

-No querrás que me ponga los tacones para tirar la basura, ¿no? – Estaba indignada, cachonda pero indignadísima. ¿En serio se estaba riendo de mi?

-Pues unos tacones con la sudadera de Cobi no se si funcionarían tanto como esas pantuflas rosas que llevas.

Me miré los pies y ahí estaban. Mis zapatillas de estar por casa fucsia, con una borla en diferentes tonos de morado y rosa palo. ¿Qué me costaba ponerme mis nike? Levanté la vista y le vi observándome mientras su sonrisa seguía impresa en su maravillosa y perfecta cara.

¿Por qué este puto ascensor era tan lento? ¿Cuánto tiene llevaba ahí dentro, 3 horas? ¿Y por qué cada uno de sus comentarios me provocaba esos calores?

-Mira, además de gracioso, estilista. ¿alguna profesión más tiene el señor?

-Eso te lo contaré una tarde mientras nos tomamos unos vinos. -Su propuesta me dejó en shock. ¿En serio estaba ligando conmigo? ¿Vestida de Cobi 92? 

El ascensor se detuvo en el momento justo. Las puertas se abrieron y él salió para dejarme paso. 

-Bueno, ¿qué me dices? – Me insistió. Yo ya me había alejado un par de pasos.

-Antes de quedar con nadie acostumbro a preguntar el nombre. 

-Soy Fran, vivo en el cuarto. -Me dijo mientras ponía el pie en la puerta del ascensor para evitar que se cerrara. ¿Y tú eres…?

-Te lo diré una tarde mientras nos tomamos unos vinos. – Repetí su frase mientras sonreía y me alejaba. No vi cuando se iba pero se que estuvo mirándome hasta que desaparecí en la distancia. Bajé la mirada, vi a Cobi, le acaricié y le susurré: ‘¡Ay! Por culpa de Marie Kondo estuve a punto de tirarte a la basura. Siempre serás mi sudadera favorita’.

Una página en blanco

La mirada fija, sin apenas pestañear. Hacía semanas que había cambiado el café de las dos de la mañana por una, o varias, copas de vino. Esa imagen bucólica que acompaña siempre a los grandes escritores que beben café mientras escriben grandes novelas no iba conmigo. O al menos no me había funcionado. Quién sabe. Puede ser porque no soy una gran escritora, ni escribiré grandes novelas o simplemente porque no me gusta el café. Lo había intentando, de verdad, pero no había manera de concentrarse con ese espantoso olor que ocupaba mis fosas nasales provocando, en ciertas ocasiones, terribles arcadas. Tampoco me gustaba el te, ni cualquiera de esas hierbas que tan de moda estaban.

Pero, a pesar del destierro del café, allí seguía. Estancada frente a una página en blanco. Sin saber qué contar, o mejor dicho, sin saber cómo contarlo. 

La falta de inspiración la cubría con una buena dosis de tinto que, la mayoría de las veces, me dejaba noqueada en el sofá hasta bien entrada la mañana. 

Llevaba meses intentando por orden a mis ideas, y mientras lo hacía, mi vida era cada vez más caótica. Mi último novio [o pseudonovio] se largó, harto de mis lloros y mis continuas quejas. Y no le culpo. En ocasiones, soy yo la que huiría de mí misma. Y a mi familia se les empieza a agotar la paciencia. Dejé mi trabajo para dedicarlo a mi sueño y sin embargo vivo mendigando dinero a mis padres desde hace más de nueve meses. 

Sé que debería replantearme mi vida, o la historia que quiero contar, o algo. Lo que sea.  Que no puedo continuar así. Lo sé. Soy consciente de ello. Pero ahora mismo, lo único que necesito es rellenar esta copa de vino y tumbarme en el sofá. Mañana empiezo. O eso creo.