Abrí los armarios de la cocina y allí estaba. Una cafetera italiana ¡qué suerte la mía! Saqué del bolsillo un frasco con café de tueste natural que había molido en casa. Siempre lo llevaba encima. Uno no sabe cuándo se podrá tomar un delicioso café mientras observa su obra. Puse la cafetera sobre la vitrocerámica y la encendí. No me moví del sitio, era mi ritual, mi momento. El café comenzaba a subir y el aroma inconfundible me recorría las fosas nasales provocando en mí un estallido de placer. Cogí una de las tazas y eché todo el contenido en ella. No necesitaba nada más. Cuando ya estaba llena anduve hasta el salón y me senté en una de las sillas. Me encanta ver como la sangre brota del cuerpo de mis víctimas mientras saboreo un delicioso café. Son mis manías, tú también tendrás las tuyas. Solo necesité diez minutos para disfrutarlo. Luego fregué la taza cuidadosamente, al igual que la cafetera y me marché. No tardarían en llegar y a mi me esperaba otro café.