Estas son las últimas fotos que he seleccionado de mi viaje a Loira. Con esto termino este reportaje que me ha hecho volver a una zona maravillosa.
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Un par de vinos
Hace un par de vinos
nos mirábamos con disimulo.
Nuestras pupilas jugaban al escondite
mientras nuestros cuerpos buscaban el roce.
Hace un par de vinos
éramos conscientes del fuego que brotaba entre nosotros.
Y ahora, botella y media más tarde,
¿Quién va a apagar este incendio?
Manías
Abrí los armarios de la cocina y allí estaba. Una cafetera italiana ¡qué suerte la mía! Saqué del bolsillo un frasco con café de tueste natural que había molido en casa. Siempre lo llevaba encima. Uno no sabe cuándo se podrá tomar un delicioso café mientras observa su obra. Puse la cafetera sobre la vitrocerámica y la encendí. No me moví del sitio, era mi ritual, mi momento. El café comenzaba a subir y el aroma inconfundible me recorría las fosas nasales provocando en mí un estallido de placer. Cogí una de las tazas y eché todo el contenido en ella. No necesitaba nada más. Cuando ya estaba llena anduve hasta el salón y me senté en una de las sillas. Me encanta ver como la sangre brota del cuerpo de mis víctimas mientras saboreo un delicioso café. Son mis manías, tú también tendrás las tuyas. Solo necesité diez minutos para disfrutarlo. Luego fregué la taza cuidadosamente, al igual que la cafetera y me marché. No tardarían en llegar y a mi me esperaba otro café.
¿Existe la literatura mala?
Hace unos días escuché un podcast de Ana Ballabriga en el que entrevistaba a Miguel Munárriz. En el se trataba el tema de la biblioteca perfecta, la elaboración de una lista de libros de imprescindible lectura y del valor de la cultura. Si no lo habéis escuchado, lo recomiendo. Pues bien, Miguel hace una afirmación de la que no estoy de acuerdo.
Ballabriga pregunta si se puede ser un gran lector sin haber leído ninguno de los libros que figuran en la lista que ellos han creado. Él afirma rotundamente que no. Y mi pregunta es ¿existe la literatura mala o la literatura de segunda categoría? Silvia Lambda (Valiente inspo) hizo una serie de historias en Instagram que trataban sobre este tema y por qué tratamos de menospreciar a un determinado género y lo consideramos de menor calidad. Yo no creo que haya literatura de segunda categoría. Hay variedad de personas y de géneros literarios y cada uno trata de satisfacer los gustos e inquietudes de un cierto colectivo. No creo que debamos quitarle valor a un libro por la temática de la que trata, al final cada uno está enfocado a un público o momento distinto. Yo leo de todo, leo novela romántica, novela negra, clásicos, novela histórica, poesía, no ficción y no me considero ni mejor ni peor que otro que lea solo fantasía y ciencia ficción o solo clásicos. Cuando coges un libro, la finalidad puede ser diferente según el momento, desde pasar un buen rato, aprender sobre un determinado tema o incluso documentarse para un estudio o trabajo.
No tiene más valor aquel que lee La isla del tesoro o Moby Dick de aquel que lee el último libro de Javier Castillo o Elisabet Benavent. Haciendo eso nos lanzamos piedras sobre nuestro propio tejado. Solo debemos entender que somos personas diferentes y cada uno emplea su tiempo libre en disfrutar de la literatura que más le satisfaga. Lo mismo ocurre con el cine. Unos prefieren las películas de Spielberg y otros se decantan más por las comedias románticas americanas. O con la música, a unos les gusta la música clásica y a otros el rap. ¿Es mejor o más culto aquel que escucha música clásica y ve películas de Spielberg? Rotundamente no.
En un mundo que va tan rápido y un tiempo libre que escasea, por favor, disfrutemos de los libros que más nos gusten sin juzgar si es literatura de primera o de segunda. Solo coge el libro, relájate y lee.
Espacios de trabajo
Espacios caóticos. Extremadamente limpios y pulcros. Espacios llenos de enseres necesarios y camuflados entre elementos inservibles. Espacios ordenados, vacíos de objetos y listos para llenar de emociones. Espacios desastrosamente estructurados, paredes cubiertas de recuerdos bajo nuestra atenta mirada. Espacios lisos y llenos de luz que provocan destellos que chocan contra nuestras ideas.
¿Cómo es tu lugar de trabajo? Virginia Wolf dijo que debíamos tener una habitación propia. Pues bien, yo no la tengo. Si me dejan trabajo/escribo en el salón. Si no, me voy a mi habitación en la cual valoro la soledad y el silencio pero dejo mi espalda hecha pedazos porque no dispongo del espacio suficiente para tener una mesa decente. Así que, mi única opción es tumbarme sobre la cama, dejar que mi imaginación y mis manos fluyan mientras mi espalda pide clemencia y un masaje urgente. Algún día espero disponer de un espacio, aunque sea reducido, en el que poder escribir sin mendigar silencio y comodidad a partes iguales.
Besos
Nos dimos
besos de paso.
De esos que emigran
al acabar la estación.
De esos que hibernan
al llegar el calor.
Besos de pasión fugaz.
De esos que se van.
De los que no vuelven.
Pero quedan tatuados
a fuego en nuestras pieles.
#NOFICCIÓN2021 -4- Cómo ser un estoico
En mi época de estudiante la asignatura de Filosofía no se me daba demasiado bien pero desde que vi la serie Merlí, mi inquietud sobre este tema comenzó a subir. El año pasado leí «El arte de pensar» de Jose Carlos Ruiz y «Elogio de la duda» de Victoria Camps. Disfruté muchísimo con ambos libros así que he ido comprando algunos relacionados con la ética y la filosofía y los tengo pendientes en mi Kindle.

Este mes, en mi reto de leer 10 libros de no ficción en 2021 he escogido «Como ser un estoico» de Massimo Pigliucci. Se centra en explicar cómo aplicar la filosofía estoica en nuestro día a día con ejemplos claros y reales. La filosofía estoica se basa principalmente en usar la razón para controlar hechos, cosas y pasiones y así alcanzar una vida mejor prescindiendo de cualquier bien material. Aunque el fundador de la escuela estoica fue Zenon de Citio, este libro hace referencia en prácticamente todos los capítulos al filósofo y escritor romano Epicteto, perteneciente al estoicismo nuevo o también llamado estoicismo romano.
«Como ser un estoico» está dividido en tres partes que corresponden a las tres disciplinas básicas del Estoicismo:
- Disciplina del Deseo (aceptación estoica) –> Qué es y qué no es adecuado desear.
2. Disciplina de la Acción (filantropía estoica) –> Cómo debemos comportarnos en el mundo.
3. Disciplina del Consentimiento (concienciación estoica) –> Cómo debemos reaccionar ante situaciones.
Aunque no es un texto largo (tiene algo más de 250 páginas), en ocasiones, para alguien no es experto en el tema, se hace algo pesado por sus referencias a otras escuelas filosóficas. Si bien es cierto, el autor utiliza un lenguaje claro y nada farragoso para mostrar ejemplos de la vida cotidiana que ayudan a aplicar y entender los puntos clave de estoicismo. Es por ello por lo que, desde mi punto de vista, este libro es una buena manera de iniciarse en este tema.
Acepto recomendaciones sobre filosofía. Puedes dejarme los títulos en comentarios. ¡Gracias!
Castillos de Loira (I)
Una de las cosas que más me gusta hacer es viajar. Cada año trato de hacer un viaje largo, además de pequeñas escapadas cortas. En 2018, cuando aún la pandemia ni se olía, nos fuimos a Francia a hacer una pequeña ruta de varios días para recorrer en bicicleta algunos de los Castillos de Loira. Hacía tiempo que tenía ganas de visitar esa zona del país vecino y recorrerlo en bici me parecía algo fantástico.
Aquí os dejo una pequeña muestra de los maravillosos paisajes y castillos que visitamos.
¿Puedo jugar? (II)
―Buenos días papá ―Y abrazó a su padre con mucha efusividad―. Buenos días mamá ―dijo desde la distancia, sin apenas acercarse.
―Buenos días ―murmuró ella sin levantar la vista de su punto fijo.
Su padre lo alzó en alto y, cogiéndole en brazos, se dirigieron a la cocina a prepararse el desayuno. Le dejaron un vaso de leche y una tostada preparada a mamá. Posiblemente se lo tomaría frío o acabaría en la basura. Quién sabe.
En la habitación, y tras mucho meditar, el niño se armó de valor y lanzó una bomba a su padre.
―Papá, cuando mi hermanito se fue al cielo, ¿se llevó también a mamá?
Él se quedó helado, no sabía qué responder y tuvo que meditar mucho la respuesta. Mientras, en la otra parte de la casa, comenzaron a brotar las lágrimas que salieron de los ojos hasta acabar sobre el pantalón del pijama.
―No cariño, mamá está aquí. ―comenzó a explicar su padre.
―Sí papá, ya la veo, pero ya no se ríe, ya no me cuenta cuentos, ya no bailamos, ya no jugamos,… es como si no estuviera aunque la veo ―interrumpió el niño.
Su padre notaba como su corazón y su estómago se encogían. Le dolía. Él también había sufrido, también sufría, pero se guardó las lágrimas y la tristeza para sus momentos de soledad. Se armó de valor para explicarle a su hijo de cuatro años dónde estaba su mamá.
―Cariño, mamá está triste y tenemos que esperar a que se recupere.
―La echo mucho de menos. ―dijo el pequeño.
―Yo también, cariño, yo también. ―añadió él abrazando a su hijo.
Ella, en el salón, cerró los ojos pero no pudo evitar que las lágrimas siguieran brotando de sus ojos. Respiró profundamente, levantó la vista de nuevo. Se vio reflejada en un espejo que había colgado en una de las paredes y no se encontró. Aquello que reflejaba era una mujer demacrada, agotada y triste. Ella no era así, al menos no lo era antes. Se miró las manos, y con esa piel áspera y abandonada comenzó a tocarse la cara. Comenzó por los pómulos y bajó hacia la boca. Cerró los ojos y se limpió los restos de lágrimas que quedaban alrededor. Se acarició el pelo descuidado y enredado e intentó pasar los dedos a través de él. Se miró la ropa. Un mismo pijama le había acompañado los últimos tres meses. Ni siquiera se había preocupado en cambiarlo. Observó a su alrededor y vio algunas fotos de los tres. Estaban felices, sonriendo y no importaba nada más que ellos.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano, se dirigió al cuarto de baño, se desvistió y se metió en la ducha. La sensación del agua cayendo sobre su cuerpo le devolvió al presente, aquí y ahora.
Se miró de nuevo al espejo. Las oscuras ojeras seguían ahí, pero sabía que le iban a acompañar una larga temporada más. Su pelo estaba suave al igual que su piel, que desprendía un brillo diferente. Le costaba mostrar su sonrisa, pero iba a intentarlo. Y cuando estuvo preparada, se dirigió a la habitación de su hijo. Los vio a los dos sentados en el suelo rodeados de juguetes. No se habían percatado de que estaba allí. Ella se apoyó sobre el quicio de la puerta y les observó durante un corto periodo de tiempo mientras mantenía una lucha interna entre quedarse donde estaba o volver al sillón donde pasaba todo el día. Finalmente, se armó de valor y preguntó:
―¿Puedo jugar?
¿Puedo jugar? (I)
Abrió los ojos. Todavía era de noche. El cuerpo le pesaba en exceso, como cada día. Se movió como pudo y alargó el brazo para alcanzar su teléfono móvil. Tocó la pantalla hasta que se iluminó y pudo comprobar que eran las 5:23. «Vaya» pensó «hoy he dormido más de 4 horas seguidas». Todo un logro para ella, aunque no fuera consciente de ello. Hacía meses que arrastraba serios problemas para conciliar el sueño y ni las pastillas le ayudaban. El cansancio se iba acumulando poco a poco en su cuerpo e iba robando espacio a la tristeza.
Se incorporó muy lentamente hasta que consiguió ponerse en pie y fue directa al baño. Al observar su reflejo en el espejo observó las densas ojeras, cada vez más oscuras que iban pintando su cara como un lienzo. Se lavó la cara con agua muy fría. A pesar del invierno, no había perdido esa costumbre. Era la única manera de devolverla a la tierra, aunque hacía algunos meses que su alma había huido y la había dejado de cuerpo presente.
Fue a la cocina, abrió uno de los armarios hasta encontrar sus pastillas. Se tomó una que empujó hacia el estómago con un vaso de agua. Sin encender ninguna luz, se sentó en el sofá situado junto a una ventana y observó el cielo hasta que comenzaron a distinguirse los primeros rayos de sol. Poco a poco el salón comenzó a iluminarse y eso indicaba la llegada de un nuevo día. Uno más. Uno menos. Según como se mire. No se había movido de esa posición cuando comenzó a escuchar ruidos en su habitación. Sin embargo, ella no alteró su postura, continuó observado ese punto fijo que había elegido y que en ocasiones le impedía pestañear. Escuchó una voz cercana:
―Buenos días cariño, ¿a qué hora te has despertado hoy?
―A las 5:30 ―Ella ni siquiera le miró.
―Bueno, has dormido algo más de 4 horas. Vamos mejorando ―dijo él muy positivo.
―Sí.
―Igual las pastillas están comenzando a hacer efecto.
―Sí.
En ese momento, un tercer inquilino hizo acto de presencia en el salón.
(Continúa…)