#NOFICCIÓN2021 -4- Cómo ser un estoico

En mi época de estudiante la asignatura de Filosofía no se me daba demasiado bien pero desde que vi la serie Merlí, mi inquietud sobre este tema comenzó a subir. El año pasado leí «El arte de pensar» de Jose Carlos Ruiz y «Elogio de la duda» de Victoria Camps. Disfruté muchísimo con ambos libros así que he ido comprando algunos relacionados con la ética y la filosofía y los tengo pendientes en mi Kindle.

Este mes, en mi reto de leer 10 libros de no ficción en 2021 he escogido «Como ser un estoico» de Massimo Pigliucci. Se centra en explicar cómo aplicar la filosofía estoica en nuestro día a día con ejemplos claros y reales. La filosofía estoica se basa principalmente en usar la razón para controlar hechos, cosas y pasiones y así alcanzar una vida mejor prescindiendo de cualquier bien material. Aunque el fundador de la escuela estoica fue Zenon de Citio, este libro hace referencia en prácticamente todos los capítulos al filósofo y escritor romano Epicteto, perteneciente al estoicismo nuevo o también llamado estoicismo romano.

«Como ser un estoico» está dividido en tres partes que corresponden a las tres disciplinas básicas del Estoicismo:

  1. Disciplina del Deseo (aceptación estoica) –> Qué es y qué no es adecuado desear.

2. Disciplina de la Acción (filantropía estoica) –> Cómo debemos comportarnos en el mundo.

3. Disciplina del Consentimiento (concienciación estoica) –> Cómo debemos reaccionar ante situaciones.

Aunque no es un texto largo (tiene algo más de 250 páginas), en ocasiones, para alguien no es experto en el tema, se hace algo pesado por sus referencias a otras escuelas filosóficas. Si bien es cierto, el autor utiliza un lenguaje claro y nada farragoso para mostrar ejemplos de la vida cotidiana que ayudan a aplicar y entender los puntos clave de estoicismo. Es por ello por lo que, desde mi punto de vista, este libro es una buena manera de iniciarse en este tema.

Acepto recomendaciones sobre filosofía. Puedes dejarme los títulos en comentarios. ¡Gracias!

Castillos de Loira (I)

Una de las cosas que más me gusta hacer es viajar. Cada año trato de hacer un viaje largo, además de pequeñas escapadas cortas. En 2018, cuando aún la pandemia ni se olía, nos fuimos a Francia a hacer una pequeña ruta de varios días para recorrer en bicicleta algunos de los Castillos de Loira. Hacía tiempo que tenía ganas de visitar esa zona del país vecino y recorrerlo en bici me parecía algo fantástico.

Aquí os dejo una pequeña muestra de los maravillosos paisajes y castillos que visitamos.

Feliz día del libro

Si buscamos la definición de la palabra LIBRO en la RAE obtenemos los siguientes significados:

  1. m. Conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen.
  2. m. Obra científica, literaria o de cualquier otra índole con extensión suficiente para formar volumen, que puede aparecer impresa o en otro soporte.
  3. m. Cada una de ciertas partes principales en que suelen dividirse las obras científicas o literarias, y los códigos y leyes de gran extensión.

Sin embargo, estas definiciones se quedan cortas para expresar lo que realmente es un libro. Un libro es un amigo. Con él puedes conversar sobre cualquier tema. Debatir sobre la política americana, sobre el mejor restaurante de Madrid o hablar sobre técnicas fotográficas. Puedes viajar, visitar otros lugares del mundo e incluso imaginarte como es la vida fuera de la Tierra. También puedes viajar en el tiempo, volver a una época soñada o fantasear sobre el futuro. Con un libro hoy puedes ser un detective que investiga sobre la muerte de un personaje famoso, puedes ser un asesino en serie, un pirata que surca los mares en busca de un tesoro, una librera que lucha por mantener a flote su negocio o una ingeniera informática que programa un algoritmo capaz de resolver problemas biológicos que mejoraran la vida de las personas. Con un libro puedes ser un artista que viaja por el mundo exponiendo sus pinturas por diferentes ciudad, puedes ser un profesor loco, un agente secreto, un escritor octogenario o una reportera de guerra. Con un libro puedes ser quien quieras y eso es pura magia.

Y tú, ¿quién has sido y donde has viajado últimamente?

Regálate vida

Llevo días dándole vueltas a este asunto y me hago reflexiones internas que a veces me apetece compartir.

¿Cuánto tiempo al día dedicamos a algo que nos hace felices? El covid paró el mundo y nos regaló un tiempo maravilloso para reencontrarnos y disfrutar de los pequeños placeres. Pero ahora, que parece que todo vuelve a girar (poco a poco) volvemos a llenarnos la agenda de planes y trabajo porque sino, da la sensación de que estamos desaprovechando el tiempo ¿os pasa? Al final del día estamos agotados y con una lista llena de cosas por hacer y que apenas tachamos. Busca un hueco para ti, para leer un rato, para salir a correr, para ir al gimnasio, para mirarte al espejo, para escuchar música tumbada en el sofá o para bailar como loca en el salón. Para lo que quieras. En serio, búscalo. Y regálate vida.

Y tú, ¿a qué dedicas TU tiempo?

¿Puedo jugar? (II)

―Buenos días papá ―Y abrazó a su padre con mucha efusividad―. Buenos días mamá ―dijo desde la distancia, sin apenas acercarse.

―Buenos días ―murmuró ella sin levantar la vista de su punto fijo.

Su padre lo alzó en alto y, cogiéndole en brazos, se dirigieron a la cocina a prepararse el desayuno. Le dejaron un vaso de leche y una tostada preparada a mamá. Posiblemente se lo tomaría frío o acabaría en la basura. Quién sabe.

En la habitación, y tras mucho meditar, el niño se armó de valor y lanzó una bomba a su padre.

―Papá, cuando mi hermanito se fue al cielo, ¿se llevó también a mamá?

Él se quedó helado, no sabía qué responder y tuvo que meditar mucho la respuesta. Mientras, en la otra parte de la casa, comenzaron a brotar las lágrimas que salieron de los ojos hasta acabar sobre el pantalón del pijama. 

―No cariño, mamá está aquí. ―comenzó a explicar su padre.

―Sí papá, ya la veo, pero ya no se ríe, ya no me cuenta cuentos, ya no bailamos, ya no jugamos,… es como si no estuviera aunque la veo ―interrumpió el niño.

Su padre notaba como su corazón y su estómago se encogían. Le dolía. Él también había sufrido, también sufría, pero se guardó las lágrimas y la tristeza para sus momentos de soledad. Se armó de valor para explicarle a su hijo de cuatro años dónde estaba su mamá.

―Cariño, mamá está triste y tenemos que esperar a que se recupere.

―La echo mucho de menos. ―dijo el pequeño.

―Yo también, cariño, yo también. ―añadió él abrazando a su hijo.

Ella, en el salón, cerró los ojos pero no pudo evitar que las lágrimas siguieran brotando de sus ojos. Respiró profundamente, levantó la vista de nuevo. Se vio reflejada en un espejo que había colgado en una de las paredes y no se encontró. Aquello que reflejaba era una mujer demacrada, agotada y triste. Ella no era así, al menos no lo era antes. Se miró las manos, y con esa piel áspera y abandonada comenzó a tocarse la cara. Comenzó por los pómulos y bajó hacia la boca. Cerró los ojos y se limpió los restos de lágrimas que quedaban alrededor. Se acarició el pelo descuidado y enredado e intentó pasar los dedos a través de él. Se miró la ropa. Un mismo pijama le había acompañado los últimos tres meses. Ni siquiera se había preocupado en cambiarlo. Observó a su alrededor y vio algunas fotos de los tres. Estaban felices, sonriendo y no importaba nada más que ellos.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano, se dirigió al cuarto de baño, se desvistió y se metió en la ducha. La sensación del agua cayendo sobre su cuerpo le devolvió al presente, aquí y ahora. 

Se miró de nuevo al espejo. Las oscuras ojeras seguían ahí, pero sabía que le iban a acompañar una larga temporada más. Su pelo estaba suave al igual que su piel, que desprendía un brillo diferente. Le costaba mostrar su sonrisa, pero iba a intentarlo. Y cuando estuvo preparada, se dirigió a la habitación de su hijo. Los vio a los dos sentados en el suelo rodeados de juguetes. No se habían percatado de que estaba allí. Ella se apoyó sobre el quicio de la puerta y les observó durante un corto periodo de tiempo mientras mantenía una lucha interna entre quedarse donde estaba o volver al sillón donde pasaba todo el día. Finalmente, se armó de valor y preguntó:

―¿Puedo jugar?