Coserse las alas repentinamente
porque el salto al vacío no avisa.
Dejarse la mochila de los miedos
olvidada en la cima.
Llenarse las manos de sueños.
Y lanzarse a la vida.
La nueva.
La buena.
Coserse las alas repentinamente
porque el salto al vacío no avisa.
Dejarse la mochila de los miedos
olvidada en la cima.
Llenarse las manos de sueños.
Y lanzarse a la vida.
La nueva.
La buena.
Hoy estoy fuera de cobertura
El modo avión se queda corto
Hoy ni el heavy metal funciona
Ni subir el volumen
Hasta quemar los auriculares
Hoy no
Hoy he apagado el cerebro
Y he regado mi alma
Con gotitas de tristeza
Y toneladas de rabia
La única cura, el silencio
Ese que suena tan alto
Que hace estallar los oídos
Y adormece el cuerpo
Hasta conseguir arrancar
Esa hoja del calendario.
Un día más
Un día menos
Según el lado de la luna al que mires.
Qué miedo da
saltar de un tren en marcha
para coger otro
sin billete de vuelta.
Bienvenidx a la estación central de tu vida.
Ponte comodx.
Y elige destino.
Fuimos (per)versos
cuando nuestras miradas
se cruzaron en la distancia.
Y aunque nuestros cuerpos
quedaron estancos
en nuestro (uni)verso,
nuestras pieles lanzaron fuego
pidiendo a gritos ser apagadas
con el roce de nuestros labios
Y sin embargo,
recogimos nuestros mundos
y seguimos el camino
Por sendas opuestas.
Las costumbres adquiridas a lo largo de los años era difícil perderlas. O eso pensaba Gaspar, que siempre desayunaba un café con leche muy caliente acompañado de una tostada con queso mientras leía el periódico. Era metódico y cuadriculado y todo ello casaba perfectamente en su puesto de director financiero en una gran empresa.
Dejó de parpadear al tiempo que derramaba el café sobre sus pantalones. Ese titular le había dejado en shock.
Comenzó a abrir cajones y a sacar papeles. Rompía algunos, otros los reservaba. El teléfono sonó y respondió con brusquedad.
-Sí, lo he visto. Nos largamos.
Colgó sin esperar respuesta. Una décima de segundo más tarde escuchó tres enérgicos golpes en la puerta. Dio un paso atrás cerciorándose de que había llegado el final. En ese momento, la puerta se vino abajo dejando entrar a un puñado de policías y guardias civiles.
-Está usted detenido.
Relato finalista al concurso Café Maurice (17). Léelos todos AQUÍ.
Hay días en los que no me levanto. Mis piernas sí, flotan suavemente sobre el suelo frío de la habitación dirigiéndose lentamente hacia el cuarto de baño. Pero mi cerebro sigue en la cama, dormido junto al corazón. Abrazándose en posición fetal, haciendo la cucharita. Y se está tan bien… que maldigo al despertador por partir mi cuerpo en dos. Por dejar que mis pensamientos y mi alma descansen solos sobre un colchón. Por dejar que mi cuerpo camine como zombie por la casa. Hay días que sería preferible no despertarse. Quedarse durmiendo 48 o 72 horas tampoco debería suponer una penalización en el estatus de persona cuerda. Pero, ¿quién dijo que soy normal? Si vivo en un manicomio a las afueras de la ciudad.
No te avisé
que vivía en un parque de emociones.
Y aún así
te montaste en la montaña rusa conmigo.
Que unos días subimos a la cima
rodeados de sonrisas, abrazos y besos.
Y otros…
Bajamos a toda velocidad
entre lágrimas.
Y sin embargo aquí sigues.
Conmigo.
Siempre.
Hacía poco que había llegado del trabajo. Había sido un día duro y ahora consumía mis horas muertas frente al móvil. Instagram era adictivo. Ver fotos, leer los textos, las stories… Cuando quería darme cuenta ya era la hora de cenar y yo sentía que había desaprovechado la tarde. El teléfono fijo sonó y me devolvió a la realidad. Hacía tiempo que no escuchaba ese timbre tan peculiar y retro. De hecho, había olvidado cómo sonaba. Me levanté del sofá y fui corriendo a responder.
-Si, ¿diga?
Nadie contestó al otro lado. Aunque sabía perfectamente quién era, quería escuchar su voz. Volví a preguntar.
-¿Quién es?
Comencé a oír unos suspiros. Suaves, lentos, acompasados casi con mi respiración
-¿Eres tú, verdad?
Nadie respondió. Solo se escuchaban esos suspiros, casi lamentos, que seguro iban acompañados de lágrimas.
-Escucha, no podemos seguir con esto. Esta situación tiene que terminar. Por el bien de los dos -dije con voz calmada. Serena. Comprensiva.
Sin embargo no recibí respuesta alguna. Me armé de valor y volví a hablar.
-La relación que teníamos no era sana, lo sabes ¿verdad? Nos hacíamos daño. Mucho. Te quiero, de verdad, y sé que tú a mi, pero a veces eso no es suficiente. Debemos aprender a soltar y desprendernos de las cosas valiosas que no nos aportan bienestar. Algún día encontrarás a alguien que llene el vacío que nos hemos dejado y cuando lo hagas, te coserás unas alas enormes para volar juntos. Se que es difícil de ver y más con el cuerpo lleno de rasguños, pero creeme que lo lograrás. Eres una persona maravillosa y si yo lo he visto seguro que alguien lo ve también. Pero cariño, tienes que cerrar esa puerta. Tienes que dejar de llamarme. Eres fuerte, aunque ahora no lo veas. Lo lograrás, lo lograremos. Y en el futuro nos encontraremos por la calle, felices y diremos con una sonrisa ‘cuánto nos quisimos y que mal lo hicimos’.
Los suspiros dejaron de oírse. Ya solo podía escuchar el latido de mi corazón.
-Gracias. Te quiero.
Es lo único que dijo antes de colgar. Es lo último que escuché antes de soltar. Porque esa fue la última llamada. Por fin podíamos seguir nuestro camino, aunque fuera por sendas distintas.
Vive lento
Suave
Respirando cada momento
Exprimiendo cada segundo
Sueña lento
sintiendo el ahora
olvidando el ayer o el mañana.
Vive y sueña lento
que el mundo ya va demasiado rápido.
Compré un billete de (v)ida
aquel día
que se me paró el corazón.
Y se me olvidó comprar
la vuelta
Que suerte la mía.