La tormenta

-Hola.

-Hola.

Esas fueron nuestras primeras palabras tras una semana sin saber nada el uno del otro. Fueron unos pocos segundos el tiempo que nos mantuvimos la mirada. Unos pocos segundos que se alargaron en el tiempo pareciendo largos minutos. Sus ojos azules penetraban en los míos de una manera que casi me hacían sentir dolor.

-¿Puedo pasar? – Me preguntó.

-Sí, claro – Y me aparté de la puerta dejando que entrara en la que, hasta hacía una semana había sido su casa. 

Cerré la puerta, pero él no pasó más allá del vestíbulo donde se apilaban varias cajas de cartón y un par de maletas. 

Crucé los brazos y me encogí, me hice muy pequeñita a su lado. Intentábamos evitar los ojos del otro, pero en ocasiones suponía un esfuerzo sobrehumano. A veces era yo quien le miraba, otras veces era él quién me miraba a mi. No encontrábamos las palabras. Nos vaciamos de ellas aquella noche, cuando estalló la tormenta. Esa que llevaba tiempo vagando por nuestras vidas. Esa tormenta que a veces mostraba algún claro de sol y nos provocaba trazos de confusión e ilusión a partes iguales. Esa tormenta que comenzó a fraguarse con el paso del tiempo y que no supimos esquivar. Hace una semana nos llovió encima y dejamos escapar nuestros miedos y nuestros sentimientos. Esos que, de haber sido compartidos, los hubiéramos enmarcado y guardado en nuestro cofre de tesoros. Pero quisimos almacenarlos y coleccionarlos individualmente y cuando quisimos compartirlos nos los lanzamos a la cara como flechas punzantes intentando provocar más herida en el otro que en uno mismo. Nos fuimos apagando, de eso no había ninguna duda. Pero ninguno de los dos tuvo el valor ni las ganas de prender de nuevo la llama. 

Ahora solo nos quedaba terminar con esto con la mayor entereza posible, sin salir heridos, sin rasguños y solo guardando en nuestro cofre los buenos momentos que habíamos compartido durante todo este tiempo.

Le busqué con la mirada y le dediqué una medio sonrisa con la esperanza de que él me la devolviera. Y así lo hizo. Me sentí en paz.

-Espero que todo te vaya muy bien, a pesar de todo eres y siempre serás una persona muy importante en mi vida – Me dijo sin apartar sus ojos de mi.

-Tú también, cuídate – Y me acerqué a darle un abrazo. 

Nos quedamos pegados unos pocos segundos que se alargaron en el tiempo pareciendo largos minutos. 

Así éramos. Así fuimos. Habíamos tratado de vivir deprisa, sin pararnos a respirar ni a mirarnos y se nos acabó el tiempo. 

Le vi marcharse, y cuando cerré la puerta comencé a llorar. Lloraban mis ojos, mi corazón y todas y cada una de mis heridas. Pero sabía que a partir de ese día comenzarían a cicatrizar.

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